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viernes, 19 de noviembre de 2010

"La conjura de los necios", de John Kennedy Toole



En estos últimos años he leído bastantes novelas, unas me gustaron más que otras, otras me entretuvieron y he tenido la suerte de que fueron muy pocas las que no me atrajeron. De todos modos muy pocas me han sorprendido de verdad, me han parecido distintas o con algo más de lo habitual. Esta novela de hoy, leída ya hace muchos años, está dentro de esa categoría de las “distintas” y que en su momento me sorprendieron muy gratamente. Hace poco me la han regalado en una edición traducida al gallego, editada por FaktoriaK (que ya comenté en alguna ocasión que estaba publicando traducciones muy interesantes) y eso ha hecho que volviera a leerla, disfrutándola tanto o creo que más, que la primera vez. Hablo de “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole.

John Kennedy Toole nació en Nueva Orleáns en 1937. Según parece tuvo una infancia algo complicada a causa del carácter de su madre. Fue un gran estudiante y tras graduarse en la Universidad de Tulane se licenció en Lengua Inglesa en la Universidad de Columbia. Luego pasó un año como profesor asistente de inglés en la Universidad de Luisiana. Después se fue a Nueva York trabajando como profesor en el Colegio Hunter. Intentó conseguir un doctorado en Columbia, pero fue reclutado por el ejército en 1961 y destinado a Puerto Rico, donde sirvió dos años, entre otras cosas enseñando inglés a los reclutas hispanohablantes. Regresó a Nueva Orleáns y dio clases en el Dominican College. También trabajó una temporada en una fábrica de ropa masculina e incluso anduvo con músicos y trabajó como vendedor callejero. Muchos de estos escenarios aparecen en su novela “La conjura de los necios”, que él mismo consideró tras escribirla “una obra maestra”. Presentó la misma a varias editoriales, pero ninguna se atrevió a publicarla diciendo, por ejemplo “que no trataba de nada”, cuando en realidad la razón sería que era posiblemente demasiado directa, descarnada y crítica. Estas negativas tuvieron efectos muy negativos en él, que entró en una fuerte depresión que lo llevó a la bebida, a descuidar sus actividades profesionales y a sentirse un completo fracasado. Todo esto culminó en su suicidio en 1969 poniendo un extremo de una manguera en el tubo de escape de su coche y el otro en la ventanilla. Dejó una nota de suicidio, que fue destruida por su madre. Thelma Toole, su madre, consiguió que el escritor Walter Percy leyera la novela de su hijo, sintiéndose rápidamente apasionado con ella y consiguiendo su publicación en 1980, escribiendo él mismo el prólogo. El propio Percy reconoce que la madre de Toole fue muy insistente y ante esto se decidió a leer la novela, que al principio le pareció buena, pero a medida que iba avanzando el calificativo pasó a genial. Autor y novela recibieron en 1981 el Premio Pulitzer a título póstumo y el premio a la mejor novela extranjera en Francia en ese mismo año. Otra novela completa la producción de este autor, “La Biblia de Neón”, que escribió con 16 años y que siempre consideró demasiado juvenil para intentar publicarla. Al final vio la luz, gracias al éxito de la anterior, en 1989.

El título hace referencia a una cita de Jonathan Swift: “Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. Y eso es lo que más o menos le pasa al protagonista de la novela, Ignatius Reilly, un “genio” que parece que tiene a todo el mundo en contra, incluso a su propia madre. Podríamos resumirla en las peripecias y aventuras de Ignatius, un personaje excéntrico y estrambótico, que intenta vivir dentro del mundo normal y se ve obligado a encontrar trabajo para poder pagar una deuda. Es un inadaptado social, dentro claro está de los parámetros de la sociedad en la que se mueve, donde para él los inadaptados son todos los demás, nunca él. Quiere que el mundo sepa lo que piensa, y para eso va plasmando en una especie de diario tan extraño como él, sus ideas, vivencias, las cosas que le pasan en el día a día. Todo eso queda plasmado en unos cuadernos marca “Gran Jefe” que pueblan toda su habitación, tan caótica como su vida. A causa de un accidente de su madre con el coche va a verse obligado a salir de casa y buscar trabajo. Esta será la línea central la novela, las aventuras y desventuras de Ignatius en el mundo real, aunque sea un mundo tan caótico y extraño como su propia vida y forma de ver el mundo. Porque la genialidad de la novela va a ser el rosario de personajes con los que se va a encontrar a lo largo de todas estas aventuras. Primero en “Levy Pants”, donde trabajará en la oficina de una fábrica de pantalones, teóricamente encargado del archivado, pero claro, eso es poco para él y las cosas irán más allá. Luego, yendo a la base de la economía, será vendedor callejero de perritos calientes, claro que el término “vendedor” será más bien un título honorífico que real. No sería demasiado complicado contar algo más, pero creo que para todos aquellos que no la hayan leído, lo mejor es ir descubriéndolo a medida que leen la novela. La acción de desarrolla en la ciudad de Nueva Orleáns, quizá una de las ciudades más distintas de los Estados Unidos, convirtiéndose en muchos aspectos en un personaje más.

Ignatius posiblemente sea uno de los mejores personajes literarios en los que puedo pensar. Algunos lo comparan con Don Quijote, más que por el punto de locura creo yo, por esa idea central de ver las cosas más como a uno le gustaría que fueran que como en realidad son, buscando siempre un mundo ideal, mejor y más ordenado según sus propios ideales. Un hombre de poco más de treinta años, que vive con su madre y que lo único que quiere es un mundo mejor. Bueno, eso y que se solucionen los problemas con su válvula pilórica, posiblemente la más famosa de toda la literatura y que da pie a momentos realmente hilarantes. Su aspecto, su forma de vestir, su higiene o su forma de mostrarse por la ciudad es algo realmente impresionante, casi tanto como su reloj del ratón Mickey, otro elemento característico. Él es el centro de la historia, su forma de ver las cosas, la vida y la revolución que quiere para un mundo que no le dice nada. Su única “amiga” por decirlo de alguna manera es una especie de novia que tuvo en cierto momento y con la que mantiene una encendida correspondencia. Ella es Myrna Minkoff, otra mujer también algo especial, parecida a él en algunas cosas y que siempre estará presente en casi todo lo que Ignatius hace. Pero lo mejor de la novela es el rosario de personajes que aparecen alrededor de la vida del protagonista. Todos ellos hacen de la novela una amarga y dura crítica contra la clase media americana, contra sus preocupaciones, sus actividades y su forma de ver la vida de la que no se salva nadie, un rosario de personajes cada uno más desagradable y extraño que el anterior, tanto que algunos hacen parecer a Ignatius casi normal, coherente y digno. Podríamos empezar con su propia madre, Irene Reilly, una mujer que por un lado vive para su hijo pero que por otro no quiere más que librarse de él y que gracias a unas amistades que hará al principio de la novela, irá viendo cosas que antes no veía. Casi siempre quejándose de la vida que le da su hijo y de su “arturitis”, un dolor que no la deja vivir en paz. Quizá uno de los más destacados sea el patrullero Ángelo Mancuso, un policía prácticamente inútil, despreciado y vacilado por casi todos, pero muy digno en el concepto de su trabajo, cuyo objetivo principal en esta vida es hacerlo bien y conseguir alguna detención (algo que su jefe también desea con ansia). Mancuso, para conseguir este objetivo, tendrá que trabajar de incógnito, con unos disfraces realmente ridículos y exagerados e incluso confinado en cierto momento casi a vivir en los baños de una estación de autobuses. Está casado y tiene hijos, pero siempre aparecen como algo casi ajeno a él, están, pero como si no estuvieran, casi como él para ellos. La madre de Ignatius por cosas de la historia, se hará amiga de este policía y de una tía del mismo, Santa Battaglia, que será en parte la encargada de abrirle los ojos a Irene para que eche a su hijo de casa y pueda llevar una vida más normal, además, como es viuda también actuará de celestina para conseguirle un novio a la pobre Irene.
En cada lugar por el que pasa Ignatius tendremos a una serie de personajes que además se irán entrecruzando de una manera bastante simpática y curiosa. Así al principio de la novela madre e hijo entran en un local de copas. Ahí tendremos a Lana Lee (dueña del bar) que además de su bar tiene una serie de extraños y oscuros negocios junto con George que descubriremos a medida que leamos. En ese bar trabaja Darlene, una mujer que se encarga de que los clientes beban más, aunque son unas bebidas algo rebajadas por orden de Lana para que beban más. Además en ese bar entrará a trabajar Jones, otro de esos personajes realmente geniales (uno de mis favoritos junto con el protagonista y Mancuso), un negro protestón, algo reivindicativo pero realmente pringado, obligado a trabajar limpiando el bar por una miseria ante las amenazas de la policía. Genial este Jones tanto por su forma de hablar como, sobre todo, por las cosas que dice.
Cuando Ignatius entra a trabajar en “Levy Pants” aparecerá otro grupo. Allí está el señor González, quizá uno de los más “normales” de la historia. El jefe de la oficina y uno de los pocos que trabaja de verdad en toda la novela. Pero aquí nos vamos a encontrar con otro de esos buenos de verdad, la señorita Trixie, una secretaria que tendría que llevar años jubilada. ¿Por qué no lo está? Porque la señora Levy, la esposa del dueño de la fábrica de pantalones, está empeñada en ser la salvadora de esta pobre mujer que lo único que quiere es jubilarse y el jamón que no le regalaron en Pascua. La señora Levy, casi salvadora del mundo, que dice que no puede jubilarse porque eso la hundiría basándose en un curso de psicología que no llegó a superar. El dueño de la fábrica, el señor Gus Levy, una especie de playboy de medio pelo al que la fábrica no le preocupa demasiado, más metido en vivir la vida, salir, viajar, jugar al tenis...
Luego, cuando empiece a vender salchichas, un trabajo que su madre considerará humillante y bajo para una persona que hasta estudió en la universidad, tendremos a otro grupo más, desde el dueño de la empresa de los carritos, Dorian Greene o el anciano señor Claude Robichaux.
Imposible me parece plasmar aquí cómo es toda esta fauna de seres humanos que aparece en la historia, la verdad, así que lo mejor es que los descubráis por vosotros mismos.

Es una novela disparatada, ácida y a la vez tremendamente inteligente. Una tragicomedia donde las carcajadas deberían aparecer más de una vez, pero también la amargura y la tristeza. El autor refleja la sociedad que le tocó vivir en un tono burlón y crítico, aunque podremos seguir reconociendo muchas de las actitudes que refleja en nuestra sociedad actual. Piedad, comprensión, amargura, resignación, tristeza, alegría y muchos otros sentimientos podrán salir a la luz con su lectura, y cuando, como yo, se ha hecho una segunda vez, mucho más. Se ha dicho que refleja también algunas de las vivencias del propio autor, por lo que podemos pensar en Ignatius como una especie de trasunto caricaturesco de Toole. Por otro lado es inevitable pensar que, posiblemente, su temprana muerte nos ha privado de otras novelas, incluso de una posible continuación, ya que el final de esta da pie a pensar en ellos, una verdadera pena.

Una novela que considero imprescindible de verdad para todo buen aficionado a la literatura, una obra que hay que leer, y leerla con calma y con cariño, disfrutándola. Si no lo habéis hecho os lo recomiendo encarecidamente, vais a disfrutar, y para los que lo hayan hecho hace algún tiempo creo que pasados unos años es también recomendable sacarla de la estantería y volver a tenerla entre las manos.

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